Cortes de calles

 

 

Por Raúl Marcelo Cheves para Editorial Seis Hermanas

 


El exacto equilibro entre el respeto de los derechos personales y colectivos de los habitantes debe ser motivo de todo buen gobierno, pues de lo contrario caeríamos en extremos indeseables, la anarquía o la demagogia. En este sentido, no debe disimularse, ocultarse o dilatarse bajo el manto del “costo político”, el empleo de la Fuerza Pública, pues el pleno ejercicio de los derechos humanos, implica una política de seguridad preponderantemente preventiva que contemple el uso pleno y legítimo por parte del Estado de sus instituciones encargadas de cumplir la Ley. Si dentro de un grupo de personas, en uso de su derecho constitucional de peticionar ante las autoridades, algunas cometen delitos (cortes de tránsito, quema de neumáticos, rotura de vidrios de autos, etc.) y otras están encapuchadas, con brazaletes que dicen “seguridad” y portando palos, en claro enfrentamiento con la autoridad oficial; la Policía debe actuar, pues la petición para la restitución de derechos, no excusa ni exime la violación de derechos y la comisión de delitos. ¿A quien debe pedírsele permiso para actuar? A nadie pues es un tema de su absoluta competencia y que la autoridad judicial permanezca -si desea- en su despacho para recibir la comunicación oficial del suceso pero que de ninguna manera entorpezca la aplicación de la ley. Nuestra Policía, debe ser una de las pocas –sino la única- que para hacer aquello que toda policía debe hacer tiene que pedir permiso a todo el mundo. Está permanentemente sospechada de hacer mal las cosas, lo cual es paradójico porque es el propio Estado que la sostiene, aunque debemos reconocer que cuenta con un tímido respaldo político de carácter pendular y una legislación inadecuada donde su misión, funciones y límites para su desempeño cotidiano no están debidamente determinadas –el intento de reforma de Código Contravencional es una prueba de ello-. Con esto no se está propiciando una Policía que “haga lo que quiera”, únicamente aquello que determine la Ley. Pero esta Ley, debe ser la expresión más pura del espíritu de la comunidad, y no el capricho de un ministro, un juez o un legislador.

 

 

Publicado en: diario El Día de la ciudad de La Plata (09abr10)